Nute
Gunray - Ministro de la Federación de Comercio - Guerra de las Galaxias, ilustración
de nuestro “Restauración de los virreinatos subamericanos”, en este blog.
Artículo de José Luis Coraggio,
distribuido por ALAI
Agencia
Informativa de América Latina (10.2.2016)
Este
es un momento crítico para el campo popular, no sólo porque se confirman las
decisiones que cabía esperar de un gobierno de derecha sino por el desprecio
por las instituciones que previamente había manifestado pretendía defender, así
como por la saña, el odio y el cálculo mezquino con que se está procediendo
desde el Estado. Un Estado que ha sido tomado en elecciones limpias de acuerdo
a los cánones de la democracia liberal, y en base al usual recurso del engaño
que, por evidente que haya sido para muchos, surtió efecto para una parte
significativa de los votantes.
Las consecuencias no recaerán sólo sobre los argentinos sino que el
reposicionamiento del país con respecto al sistema internacional y el capital
financiero debilita aún más al bloque regional progresista y, en su momento,
obligará a reiniciar un costoso proceso de desconexión como el que se dio en la
primera década de este siglo.
Nadie duda de que se deben sacar a la luz y denunciar las aberraciones que
comete este gobierno y manifestarlo públicamente en las calles, en lo que resta
de posiciones parlamentarias y de gobierno, y en los medios y redes de
comunicación, contrarrestando cuanto sea posible las fuerzas regresivas, a
partir de cada hecho, en cada campo de la vida, en cada lugar concreto, sin
buscar la recomposición de un comando ni una dimensión central. Pero la
problemática que enfrentamos supera con creces ese escenario.
En nuestro país la derecha ha pasado de la hegemonía al dominio. ¿Cómo, no es
que había hegemonía de un proyecto nacional y popular? Que esté pasando lo que pasa
y como está pasando muestra que no. No sólo porque el control de la
comunicación nunca fue doblegado sino porque el orden hegemónico nunca dejó de
estar marcado por la combinación de dominio y consenso del proyecto
neoconservador de orden global. Un verdadero pos-neoliberalismo nunca se dio.
Cuando decimos que hay vida después del neoliberalismo es para cuando ese
“después” ocurra.
Sin embargo, esta parte de América Latina llegó a tener una proyección global
como esperanza en un concierto internacional en el que los países centrales el
progresismo retrocedía ante las nuevas derechas. Se rechazó al ALCA, se crearon
la UNASUR, la CELAC y el ALBA, acciones en las que el kirchnerismo jugó papeles
protagónicos.
En lo que va del siglo, América Latina vivió un renacer de la política, de los
proyectos nacionales de base popular: en Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador,
Uruguay y Venezuela los pueblos se alzaron contra los gobiernos que seguían
imponiendo el programa económico neoliberal y violando abiertamente los
derechos humanos, y surgieron fuerzas políticas que asumieron nuevos mandatos por
lo que pudieron ser llamadas “nuevas izquierdas”. Pero aquel programa económico
era solo una parte de la fuerza del neoconservadurismo, cuyo proyecto –en el
sentido usual del término– es más que económico, se trata de un proyecto
civilizatorio, de mercantilizar la vida en todos sus aspectos, que todo pueda
ser controlado por los grandes negocios, por las corporaciones que se reúnen en
Davos: los alimentos, el agua, las artes, los valores morales, la información,
los deseos, la política misma. Y los Estados son vistos como instrumentos de
ese proyecto, controlados por la manipulación del sentido común y de las
elecciones y, cuando es necesario, por el bloqueo o las guerras de ocupación.
La confrontación en lo económico no puede entenderse sin su correlato de lucha
simbólica y militar.
La consolidación de estos nuevos gobiernos de carácter popular fue favorecida,
sin duda, por la masa de renta primaria proveniente del precio de las materias
primas, precios que no sólo no dejaron de ser la base material de nuestros
sistemas dependientes sino que llevaron a la profundización de esa raíz en los
modelos de gestión de la economía. Sin esa renta primaria no hubiera sido
posible la inédita redistribución del ingreso y los bienes públicos atendiendo
a las necesidades de las mayorías sin un agudizamiento del enfrentamiento con
las burguesías locales. Tampoco hubiera sido posible desembarazarse del control
directo de los organismos internacionales desendeudando a nuestros países. Sin
embargo, no fue por ese accidente de la historia económica que se lograron
mecánicamente esos y muchos otros cambios que mostraron que era posible el
renacer de la política. Un gobierno como el de Macri se las hubiera ingeniado
para acelerar aún más la ganancia del capital financiero y la concentración de
la riqueza y dejarnos, pese a los altos precios, con mucha más pobreza y
endeudados hasta la coronilla. Ni que decir lo que hará sin esos ingresos.
Cierto
es que hubo enormes avances en cuestiones no económicas, como en el campo de
los derechos humanos, la defensa de la soberanía nacional, la justicia social y
la afirmación de las reglas de la misma democracia liberal. Sin embargo, aun
habiendo frenado lo más duro de las políticas neoliberales y habiendo ganado
una y otra vez elecciones libres, apenas se contrarrestó la hegemonía
neoconservadora de orden global que seguía atravesando nuestras sociedades. De
hecho, para dar un ejemplo, muchas políticas, incluso las llamadas “sociales
focalizadas” mantuvieron mecanismos heredados del accionar neoliberal, el
clientelismo político no cejó, el utilitarismo y el consumismo siguieron
conformando la matriz de los valores.
Ahora, en nuestro país, el poder real muestra la cara, las corporaciones y sus
CEO gobiernan directamente, vuelven el FMI, el BM y el Departamento de Estado
norteamericano. El gobierno se atendrá a las reglas del capital y su
institucionalidad global, se volverá a pretender ser el mejor alumno del
imperio, y no sólo se van a dedicar a administrar regresivamente lo público,
van a avanzar en el proyecto cultural de la mercantilización sin límites, en
afirmar que no hay derechos adquiridos por las luchas colectivas sino que cada
persona será lo que logre ser compitiendo en el mercado liberado.
No es, entonces, que había hegemonía del proyecto nacional y popular y ahora se
suspende temporalmente. En la política nacional y en la de otros países de la
región se estaba participando con evidente audacia en el intento de modificar
algunos aspectos del orden hegemónico, algo que requería la continua búsqueda
de proyectos solidarios que hicieran posible un proyecto bolivariano que
actuara para desarticular el orden hegemónico global. Este orden hegemónico
nunca estuvo ausente ni perdió eficacia, y ahora se internaliza claramente por
la facilidad que se dio a la derecha de tomar y reorientar un Estado
centralizador, alienado de la sociedad civil, que era el lugar desde el cual se
pretendía construir otra hegemonía local.
Por otro lado, no es que se haya cerrado un ciclo, y que esté por ocurrir lo
mismo en Venezuela, Brasil o Ecuador, como algunos auguran, sino que la lucha
desde un proyecto nacional (regional) popular necesariamente continúa y
continuará. Porque la sociedad no va a suicidarse, va a defenderse de la
instauración local del brutal y antidemocrático proyecto neoconservador de
orden global que el nuevo gobierno representa a nivel local. La necesidad de
dar respuesta contundente e inmediata a los avances de la derecha no implica
olvidar que esto ocurre dentro de un proceso más amplio en el tiempo y el
espacio, a cuya continuidad y superación es preciso abocarse. Y, aquí viene
nuestro planteo principal, se trata de algo que no haremos bien si no revisamos
y aprendemos de los procesos progresistas del inicio de siglo y sus contradicciones
y tendencias, en Argentina y en el resto de la región.
Al hacerlo, no debería ya tener cabida aquella consigna nefasta, repetida en
uno y otro lado, de que el “apoyo crítico” era dar armas al enemigo, que la
lealtad a los líderes políticos infalibles era el valor político principal,
algo que sería ahora también clave para la resistencia. El presente es,
necesariamente, un momento para retomar el pensamiento crítico sistemático y no
perder de vista la enorme responsabilidad que tenemos en la lucha política, que
no cabe encapsularnos en una confrontación local cuando el enemigo es el
proyecto de acumulación ilimitada del capitalismo global. No es fácil, pero hay
que superar la autocensura y la estrechez de miras. La apertura que esto
significa no puede limitarse a cenáculos, debe sin duda pasar por la
investigación tan objetiva como sea posible, pero a la vez expresarse en
espacios de debate público plural, tan solidarios y respetuosos del otro como
se pueda, por lo que tenemos en común.
Motivado por el artículo de Mempo Giardinelli en Página/12 del 11 de enero, propongo unos pocos criterios puntuales
para esa necesaria reflexión política crítica:
1. Debemos evitar caer en defensas cerradas y mucho menos en panegíricos del
proceso kirchnerista, pero tampoco en autoflagelaciones y búsquedas de chivos
expiatorios que, además, pueden ser posicionamientos oportunistas. Todos somos
corresponsables en una u otra medida, por haber actuado, por no haberlo hecho,
por haber dicho o por haber callado. En todo caso, en política nadie puede ser
infalible. No hay que caer en el facilismo de la evaluación ex post
incriminatoria.
2. Es preciso sortear la tendencia de comparar este gobierno macrista
únicamente con las extraordinarias realizaciones de los gobiernos anteriores,
sino hacerlo con un eventual gobierno sciolista que, a más de ambiguo en su
orientación, hubiera tenido que atender a las contradicciones económicas,
sociales y políticas, internas y externas, abiertas o latentes, que el proceso
del kirchnerismo venía generando. De hecho se viene dando que algunos hechos
negativos que en el apuro se asignan al nuevo gobierno son resultado de
decisiones ya tomadas por el anterior.
3. Es esencial advertir que, desde una perspectiva histórica de largo plazo y
desde el conjunto de América Latina, este proceso no es meramente kirchnerista,
si bien el liderazgo de esa corriente en nuestro país es indiscutible y debe
ser altamente valorado por cientos de razones. Se trata de un proceso social y
político más abarcador en el tiempo y en el espectro político, que no acaba con
esta (evitable) derrota electoral en Argentina, un proceso que no se interrumpe
sino que continúa y continuará con altos y bajos, con los mismos o con otros
actores, como debería haberse previsto estratégicamente, sin triunfalismos.
4. Por lo pronto, el concepto de lo “nacional” en un mundo globalizado por el
capitalismo no puede ser el mismo de los años 1950, y la dimensión regional de
la lucha no puede ser un mero aspecto “internacional”. Cuesta admitir que
nuestro país haya sido el primero de Suramérica en sufrir las consecuencias de,
entre otras cosas, haber apostado de manera excepcional a una democracia
meramente formal. Pero no podemos ensimismarnos, esta derrota electoral tiene
consecuencias graves sobre los otros procesos de la región también caracterizados
como nacionales y populares. Y nuestros análisis deben hacerse en ese contexto
de confrontación con un proyecto y fuerzas globales, de las que el macrismo es
un peón local pero va a posicionarse en el tablero regional. Es preciso
fortalecer las relaciones con otras fuerzas progresistas aunque ya no sea desde
el Estado. No podemos avanzar en la comprensión del momento actual si no
examinamos sin oportunismos lo común y lo específico de los otros procesos
latinoamericanos, europeos y de otras regiones del mundo (no cabe, por ejemplo,
lavarse las manos con respecto a Venezuela).
5. Por otro lado, los tiempos de las transformaciones sociales son de décadas y
no de cuatrienios, claramente no coinciden con los tiempos electorales. La
sociedad va a reaccionar al brutal paquetazo neoliberal no necesariamente con
las mismas formas del 2001, y es deseable que nuevos sujetos y corrientes
participen activa, democrática y organizadamente de ese desenlace que nos
espera.
6. Esta fase no puede ser de mera oposición sino de construcción, renovada y
con nueva fuerza de un proyecto popular que incorpore los aprendizajes que
debemos sistematizar, en un debate abierto de las distintas interpretaciones,
evitando las actitudes que indicamos al inicio.
7. Un aspecto fundamental de esa construcción es, esta vez sí, desarrollar
prácticas que permitan la deliberación en múltiples espacios de reflexión y
elaboración de propuestas, pero también en la esfera pública, con multiplicidad
de voces y perspectivas, y celebrar el surgimiento de sujetos sociales y
políticos con capacidad de actuar y pensar autónomamente, sin lealtades
acríticas sentidas u oportunistas. Surgirá, necesariamente, un liderazgo
intelectual y moral, pero no debería ser unipersonal ni pretendidamente dueño
de la verdad absoluta.
8. Otro rasgo fundamental es evitar el encerramiento (aunque admitiendo el
pluralismo) dentro del campo popular. No se trata sólo de descalificar en
bloque sino de crear condiciones para debatir públicamente con los que han
optado por la propuesta macrista, diferenciando entre “confundidos”,
adversarios y quienes realmente son representantes del imperio. Un proyecto
popular debe desarrollar un pueblo plural activo y no una masa homogénea y
pasiva. Y, lógicamente, cabe considerar que puedan surgir “confundidos” que
votaron por la continuidad del proyecto liderado por el kirchnerismo y que
pueden todavía pasarse del otro lado.
9. Hay ya muchos descubrimientos ex post de errores cometidos. Sin embargo, el
concepto de “error” debe ser clarificado. Según la lógica instrumental, se
trata de una acción que pretende lograr metas concretas dentro de objetivos
amplios y que se comprueba a posteriori que no condujo a tal objetivo, sino que
tuvo un “efecto no deseado”. De estos hay muchos, algunos eran previsibles y
muchas veces estas apreciaciones diferentes no fueron consideradas, y hoy se
puede aprender de ello. Pero también es importante examinar el modo de fijar
objetivos y metas, o como puede haber fallado no sólo la acción sino el
procedimiento, que acalló otras voces asumiendo la posesión de la verdad. Peor
aún, descalificando el “apoyo crítico” como un cruce a la línea enemiga. La
gestación de la ley de medios es un ejemplo del deber ser democrático y de que
era factible otro estilo de construcción política. En todo caso, la
conformación de un liderazgo unipersonal con todas sus consecuencias no puede
atribuirse solamente al líder, hay corresponsabilidad de su entorno y de los
que se ubicaron como dirigentes en general.
10. Sobre lo mismo: si asumimos que el objetivo supuesto era “X” y la acción
fue “Z” y no condujo a su logro, podemos equivocarnos porque en realidad el
objetivo no declarado era “Y”. Esto nos parece tan importante como para
terminar dando algunos ejemplos: ¿podemos calificar como un mero “error” que la
acción para capturar y redistribuir la renta internacional se haya concentrado
indiscriminadamente en el conjunto de los productores agrarios, dejando
prácticamente intocado al oligopolio comercializador? ¿O que se haya descansado
en el imprescindible principio de redistribución de la renta internacional sin
avanzar en el de transformación de la matriz socio productiva, lo que implicaba
otro empeño en la integración regional, propiciar el desarrollo de otros
sujetos, incluso no empresariales, para construir una economía social que no es
la versión lavada de promoción del autoempleo de los pobres? ¿O que no se haya
atendido a las consecuencias que provocaría la “sojización” del país o el
avance buscado de la minería a cielo abierto sobre las poblaciones locales y
los desequilibrios irreversibles del ecosistema? ¿O que se haya apostado al
consumismo como fuente de legitimación y de dinamización de la economía pero
también como afirmación de una cultura utilitarista? ¿O que se haya demorado en
atender al reclamo sobre el impuesto a las ganancias y no se haya propiciado
una reforma fiscal? ¿O que se haya hecho renacer un Estado factótum, no
democratizado en su relación con la sociedad civil, un Estado fácilmente
“tomable por asalto” por la derecha como instrumento para otros objetivos, tal
como estamos presenciando? ¿O que se haya despreciado la necesidad de un
sistema de información veraz sobre la evolución de las variables
socioeconómicas, tanto para el uso del gobierno como de la ciudadanía? ¿O que
se haya apostado a un liderazgo unipersonal en lugar de desarrollar la
pluralidad y autonomía de la sociedad organizada? ¿O por qué no se apostó con
fuerza a la conformación de estructuras regionales como el Banco del Sur? ¿O
que se haya respondido al monolítico discurso opositor con otro igualmente
monolítico de signo contrario? ¿O que se haya olvidado aquel lema del
movimiento obrero (hoy deberíamos decir de los trabajadores bajo todas sus
formas) como columna vertebral de un proyecto nacional popular, favoreciendo su
división? ¿O que se hayan mantenido sistemas de punteros clientelares que es
sabido pueden venderse al mejor postor?
Muchas veces la diferencia está en los objetivos reales y no en los medios, o en
cómo se determinan los medios mismos (con o sin participación, con o sin construcción
colectiva, con o sin radicalización de la democracia). Y ese debate no puede
obviarse en nombre de una unidad monolítica.
Ya sean estos u otros, deberíamos arriesgar una explicitación de los criterios
de análisis que informarán la reflexión, comenzando por debatirlos. Nadie tiene
la respuesta precisa. Sean éstas u otras las preguntas más eficaces, algo puede
hacer la diferencia: no dejar esto exclusivamente en manos de analistas
expertos. Propiciar la reflexión en todo lugar, en toda institución, con todo
tipo de actores, dejando que las preguntas y respuestas sean reformuladas desde
cada perspectiva, desde cada vivencia de este proceso. Y propiciar los
encuentros horizontales de esas perspectivas. Eso exige asumir una pedagogía
que en sí misma sea liberadora.
(15
de enero de 2016)
Nota:
Su
autor, José Luis Coraggioi, es profesor emérito y ex rector de la Universidad Nacional de General
Sarmiento (www.ungs.edu.ar), de Argentina.
El texto distribuido por ALAI fue editado para la presente publicación en
aspectos puramente de estilo. G. E.