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martes, 30 de septiembre de 2014

Desayuno



Lavaba esta mañana las tazas y demás utensilios del desayuno entre nosotros, ella y yo iniciando un nuevo día en el 48º año de nuestro emparejamiento, sucedidos ya el asesinato de Che Guevara y la victoria de la Guerra de Independencia en Vietnam, la hambruna y asesinato en Biafra, las dictaduras oligárquico-militares en Nuestra América, la muerte de Chicho Allende, el dormir casi con las zapatillas puestas por si había que salir corriendo cuando los tanques de guerra pasaban frente a nuestra puerta, el canto tierno de Óscar Matus y de –entre tantas otras y otros– la Negra Sosa, el Cordobazo, la ruin huída de la Casa Rosada de De la Rúa en 2001 y las miles de palabras claras de Fidel, bien claras como las del José Ramón Cantaliso de Nicolás Guillén.



Lavaba esta mañana las tazas y demás utensilios del desayuno entre nosotros, ella y yo iniciando un nuevo día en el 48º año de nuestro emparejamiento, cuando desde atrás se me acercó y me dijo “mirá…”. De su jardín sencillo traía una juvenil rosa amarilla de pétalos con ribetes rosados en su tallo de sutiles espinas. Éstas, las espinas, sin duda alguna, porque las rosas auténticas no son ingenuas. Tanto nos han robado la belleza y los aromas de las rosas, que habiendo ellos perdido sensibilidades y amores humanos ahora las fabrican casi de plástico, genéticamente modificadas, sin aroma y sin  espinas. Sin belleza.


Es imprescindible no ser ingenuos, y ser valientes…

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