“Tanto Buenos Aires como La Plata fueron construidas sobre
el curso de arroyos” señala Reese, y sostiene que es imperativo regular el uso
del suelo y también al negocio inmobiliario.
El periodista Pedro Lipcovich, del diario Página/12, publica hoy, 5 de abril, un
muy oportuno reportaje al urbanista Eduardo Reese, investigador y docente en el
Instituto del Conurbano de la Universidad Nacional de General Sarmiento, sita
en Los Polvorines, en el noroeste del Gran Buenos Aires y a treinta y pico de
kilómetros del centro porteño. A unos cinco kilómetros del emplazamiento de
esta Universidad relativamente reciente transcurrió hace treinta y un años
aquel episodio de autodefensa popular relatado en este blog con el título de “Malvinas: una microhistoria más para…”.
Eduardo Reese, en la conversación con Lipcovich, también se
refiere a la modificación topográfica en perjuicio de barrios y pobladores del
Municipio de Tigre que implicó la construcción de una urbanización privada y de
lujo que lleva el nombre de Nordelta –con chalets, caminería, laguna propia, lofts y aparts– y a la que se accede aprovechando una autopista y autovías
costeadas por el Estado.
El artículo de Wikipedia sobre Eduardo Constantini, cuyo
contenido sin ninguna duda ha sido incorporado por sus propios responsables de
relaciones públicas, explica que el “desarrollador” de Nordelta tiene ahora sesenta
y seis años de edad, es “empresario inmobiliario, millonario y coleccionista de
arte”, que su “fortuna es superior a los 300 millones de dólares” y que en
agosto de 2010 “anunció que donaría el 20 %” de ésta. También se informa en
Wikipedia que Constantini, en 1971, “se licenció en Economía en la [Pontificia] Universidad
Católica Argentina. Realizó un máster en Economía en la Universidad de East
Anglia (Inglaterra), recibiéndose en 1975. Se desempeñó en varias empresas como
Penta S. A. y Huancayo S. A. y como agente de bolsa durante la década de 1980.
Entre 1991 y 1993 fue vicepresidente del Banco Francés. En 1991 funda Consultatio
Asset Management, empresa dedicada a la administración de fondos de
inversión. Preside la fundación que lleva su nombre”.
En el mismo artículo también se destaca que además de ser
propietario del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (MALBA), cuyo moderno
edificio está situado en el lujoso Barrio Parque, en Palermo, también es “dueño
del barrio privado de lujo Nordelta y las torres Grand Bourg, Oro, Catalinas
Plaza y Alem Plaza” a través de Consultatio,
empresa que “según un informe enviado a la Bolsa de Buenos Aires, dejó en el
primer semestre del 2009 32,5 millones de pesos de ganancia. También es dueño
de otros proyectos inmobiliarios, como […] el country club Las Garzas en Rocha,
Uruguay”. Este “desarrollo” ha generado controversias en el país oriental tanto
por la significativa alteración que implicaría para el ecosistema de la laguna Garzón, en el
deslinde de los departamentos de Rocha y de Maldonado, como para el erario
público. Un puente sobre dicha laguna propuesto por el empresario y “necesario”
para que su negocio prospere costaría entre ocho y nueve millones de dólares,
de los cuales Constantini solamente aportaría dos y medio.
El que sigue es el
reportaje de Pedro Lipcovich
“Los 57 muertos en la última tormenta muestran la falta de
políticas públicas sobre la regulación del suelo”, sostiene Eduardo Reese,
profesor en el Instituto del Conurbano de la Universidad Nacional
de General Sarmiento. Por esa ausencia, toda el área metropolitana, incluso La
Plata, “tuvo un crecimiento irrespetuoso: se ocuparon cuencas de ríos, de
arroyos, no se dejaron espacios verdes para drenaje de aguas”, y los sectores
populares tuvieron que ir a vivir “en la mierda del borde de los arroyos, como
en El Gato, donde hubo esta vez varios muertos”. Al mismo tiempo, “el mercado
inmobiliario obtiene ganancias del mil por ciento, aprovechándose de las
inversiones públicas”. En Tigre, “la urbanización Nordelta
alteró el bañado de Rincón de Milberg, acarreando inundaciones. En la Ciudad de
Buenos Aires, “si siguen construyendo torres en la avenida Juan B.
Justo, las obras que se hicieron ya no darán abasto”. Por eso, concluye, “son
necesarias, sí, nuevas obras de infraestructura, pero sin políticas que
intervengan en el mercado inmobiliario, todo será inútil”.
“Es cierto que la última catástrofe respondió a un evento
excepcional, pero la región metropolitana de Buenos Aires, incluida La Plata,
casi desde su fundación tuvo un crecimiento irrespetuoso de las condiciones naturales
del territorio. El área metropolitana y muchas ciudades argentinas crecieron a
merced del mercado, con muy bajo nivel de políticas públicas y regulación del
suelo, y las consecuencias las sufrimos cada vez que llueve. Esta tormenta ha
sido particularmente grave pero ya el año pasado hubo inundaciones, tornados, y
los efectos se sienten en cuanto un evento meteorológico supera los parámetros
normales, que además han cambiado a partir del cambio climático global”,
explicó Reese, quien también enseña en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo
de la Universidad de La Plata.
–¿Qué políticas públicas centrales han faltado?
–No hubo políticas públicas que impidieran la ocupación de
cuencas de ríos, de arroyos –contestó Reese–; no hubo la previsión de dejar
espacios abiertos verdes, necesarios para el drenaje del agua y la contención
de las crecidas. Eso se paga muy caro. Varios de los muertos del último evento
vivían al borde del arroyo El Gato, donde predominan barrios populares, villas,
asentamientos. En toda la historia de nuestras ciudades el mercado mandó a
vivir en esos lugares a los sectores más pobres, que también fueron los que
sufrieron más este evento, como también lo muestra el caso del barrio Mitre en la capital. Casi la
totalidad de las villas del área metropolitana, con la excepción de la Villa
31, están en cuencas inundables. Y la idea más clara de la falta de políticas
públicas está dada por los 50 muertos en este evento.
“Todo el borde del Río de la Plata es inundable –advirtió
Reese–. La ciudad de Buenos Aires está construida encima de cinco arroyos; los
han entubado, la Ciudad les pasó por arriba, pero están ahí. Siempre se pensó
que todo se arreglaba con un par de obras, pero las obras necesarias son cada
vez más grandes, caras y difíciles. Claro que es necesario hacer obras de
infraestructura, todo presupuesto volcado en ello está bien invertido, y más si
se trata de salvar vidas: pero si, junto con las obras, no se controla el
proceso de urbanización, la situación tenderá a agravarse, aun cuando se metan
más caños, más aliviadores, más diques.”
–¿Cómo se controla el proceso de urbanización?
–Hay que hacer planificación urbana e intervenir en el
mercado inmobiliario. El año pasado, desde el Instituto del Conurbano de la
Universidad de General Sarmiento y organizaciones sociales populares discutimos
el proyecto de ley, que se aprobó, por el cual los nuevos countries tienen que destinar el diez por ciento del terreno a
oferta de suelo equipado y con infraestructura para los sectores populares;
esos sectores que, si no, tienen como única salida ir a vivir en la mierda de
los bordes de los arroyos. La planificación urbana y la gestión territorial
deben ser políticas de Estado. No hay que olvidar que gran parte de la
valorización inmobiliaria proviene de decisiones públicas. Por ejemplo, ahora
se construye la continuación del Camino del Buen Ayre; es con dinero público,
lo pagamos todos, pero ¿quién se llevará la valorización del suelo en los
bordes de esa autopista?: los desarrolladores inmobiliarios que compraron antes
esos terrenos.
–¿Cómo evitarlo?
–A los desarrolladores debe cobrárseles un plusvalor por el
alza de precio del suelo proveniente de las obras públicas. Esa valorización
inmobiliaria debe ser capturada por el Estado para hacer loteos,
infraestructura y préstamos para viviendas populares. Pensemos que un terreno
se compra a dos o tres dólares el metro cuadrado pero, cuando le aprueban la
ordenanza para construir, su valor pasa a 20 o 30 dólares el metro cuadrado:
una ganancia del mil por ciento. Esas son las tasas que se manejan en el
mercado inmobiliario, a partir de inversiones del Estado que van a parar a
manos de especuladores, mientras cientos de miles de familias no tienen dónde
ir a vivir.
“Otras medidas complementarias –agregó Reese– son las de
protección de los bordes de los arroyos y apertura de espacios verdes. Si en
estos días el agua no terminaba de bajar, fue porque los suelos no la pueden
absorber, porque no hay espacios abiertos. Y hay que prohibir la alteración de la
topografía y de las cuencas inundables. Nordelta, por ejemplo, ocupó una cuenca
inundable, cambió totalmente lo que era el bañado de Rincón de Milberg, alteró
la topografía natural del lugar, y ahora se quejan porque se inunda.”
Otro ejemplo claro, para Reese, está en la Ciudad de Buenos
Aires: “Siguen construyendo torres sobre la avenida Juan B.
Justo, lo cual implica mayor impermeabilización, mayor concentración de
población, más basura y más riesgo de daño ante eventos climáticos. Esas torres
están en el curso del arroyo Maldonado. Por eso es necesario incluir medidas de
regulación del suelo, medidas urbanísticas. Las obras del Maldonado funcionaron
esta vez, pero si siguen metiendo torres hasta que no funcionen más, de nuevo
van a decir: faltan más obras. Y esto se propicia porque el Código de
Planeamiento Urbano de la Ciudad designa como zonas inundables sólo a La Boca y
el Bajo Belgrano. Atrasa cien años: hoy se inundan muchos más lugares, pero el
código no fue cambiado”.
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