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viernes, 18 de mayo de 2012

No hay, por ahora y por aquí, fin del mundo ni revolución


En Buenos Aires reapareció con sus ojos vidriosos, grandes, ahora ya algo viejo, aquel cordobés de la Fundación Mediterránea que supo ser líder en Suramérica del neoliberalismo del Consenso de Washington (y de los planes de la CIA y del “tacher-reganismo”).1 Dijo Domingo Cavallo que volvía a la política porque Argentina iba en sentido contrario al derrotero del mundo.

En el Canal de TV 26 –parte de un conglomerado mediático del cual no se desmiente que cuyo propietario y director es Alberto Pierri, colega político de Eduardo Duhalde (el de Lomas de Zamora, no el recientemente fallecido defensor de derechos humanos)– afirmó Cavallo: “Creo que vamos mal. Este tipo de manejo económico que está haciendo este Gobierno es del mismo tipo que hace el Gobierno de Venezuela, mientras en todo el resto de los países de América latina [sic en Ámbito Financiero, Buenos Aires], como Uruguay, Brasil, Chile, Colombia, Perú, México, el problema que tienen es la exagerada entrada de dólares y la abundancia hacen que sus monedas se aprecien demasiado”2.

Como Uruguay…

Cavallo dijo “como Uruguay”, donde la “entrada de dólares y la abundancia” pareciera haber potenciado la codicia de los “menores” arrebatadores y chorros que, según manifiesta el fiscal Gustavo Zubía que tramita el caso del asesinato del trabajador Gastón Hernández durante el asalto ocurrido hace pocos días a una reconocida pizzería de Montevideo–: “Hace por lo menos dos años que veo que el tirar primero y el sacar la plata después está ingresando en un nuevo tipo de código operativo de los adolescentes”3.

En sus comentarios a la radioemisora FM Gente de Punta del Este el fiscal Zubía es abiertamente proclive a la modificación del Código Penal, no para bajar la edad de imputabilidad –habría aclarado– sino para hacer más severas las penas y las condiciones de reclusión, argumentando que: “Uno de los arrestados, de 17 años, confesó ser el autor del disparo. El joven declaró que [el trabajador asesinado] Hernández hizo un gesto que motivó que apretara el gatillo. ‘Hay que tirar para que te respeten. Si no, no te dan bola’, se justificó el menor” 4.

Zubía afirmó: “Hoy la legislación posibilita que el chico entre a un comercio al grito de «soy menor». Grita porque en esa brevísima sintaxis está diciendo [que] «hay un código de la niñez y la adolescencia que dice que tengo que estar el menor tiempo posible internado, si es que voy internado, y que además podré salir en cualquier momento...». Está dando una lección jurídica –dice–, es el nuevo código que se integra en esas pequeñas palabras. Entre ellos se comenta: «si te agarrran, no pasa mucho»” 5.  

“Hay que tirar para que te respeten”

El fiscal uruguayo cree que cambiaron los códigos “operativos” del quehacer delictual. Pero no es así si se observa profundamente nuestras historias. En nota al pie se da referencia de que en la década argentina de 1920, durante los gobiernos “progresista” uno e “ilustrado” el otro de Hipólito Yrigoyen y Marcelo Torcuato de Alvear, hubo un teniente coronel, el célebre Héctor Varela luego muerto por un justiciero anarquista, que ‘para que se respete a los patrones’ ordenó fusilar a más de un millar de obreros rurales en huelga que en la Patagonia reclamaban mejores condiciones laborales a los estancieros criollos e ingleses.

Otros antecedentes del “viejo código operativo” son, para uruguayos y argentinos, la matanza de charrúas a orillas del arroyo Salsipuedes ordenada por Fructuoso Rivera en abril de 1831, y el genocidio pampa, mapuche y toba por la misma época para la organización del Estado Argentino. A propósito escribió Bartolomé Mitre, fundador luego del diario La Nación: “Jamás el corazón del [indio] pampa ha ablandado con el agua del bautismo que constantemente ha rechazado lejos de sí con la sangrienta pica del combatiente en la mano... El argumento acerado de la espada tiene más fuerza para ellos, y éste se ha de emplear al fin para exterminarlos o arrancarlos en el Desierto”6.

El matador del trabajador Hernández, en La Pasiva de Montevideo, no hace más que repetir la consigna de los expoliadores ancestrales, sean estos los de él mismo o sean ya fundadores de una tradición cultural. Se dice así porque no pocos de los “chicos malos” de hoy no provienen de familias tradicionalmente explotadas sino de las vinculadas a la “intermediación” en la explotación, como en el caso del ya referido Varela y tantos otros. Tácitamente afirmando que el problema es ya cultural el fiscal Zubía, en la entrevista citada, estimó también que “sólo uno de cada cuatro [jóvenes que delinquen] actúa drogado”.

Es decir que, si bien “el paco” o “la pasta base” –según la denominación usual de un lado o del otro del gran estuario Del Plata– hace estragos en los cerebros de quienes consumen el residuo pobre de los placeres del jet-set, hay principalmente una consecuencia directa de la crisis global del capitalismo o modo todavía vigente de obtención de renta sin trabajar: la exacerbación de su violencia intrínseca. Ansina es, y no como, especialmente, dicen los hoy herederos políticos del dictador Bordaberry (fundamento en su época del adjetivo y neologismo bordaberrización, significando la sumisión de los gobiernos al poder económico-militar), que “la inseguridad” es por la ausencia de marco legal y la flojedad de jueces y del Gobierno de Mujica.

Convocados por tales herederos un millar de manifestantes –en una ciudad de un millón de habitantes–, montó una triste y mediocre farsa en la plaza Independencia de Montevideo gritando “que se vayan, que se vayan todos”. No advirtieron que, para trazar paralelos con el drama original de inicios del milenio en Buenos Aires, ninguno o poquísimos de aquellos protagonistas y autores de la mentada consigna provenían de los barrios porteños que podrían igualarse con los orientales Pocitos o Carrasco. Y fueron, proporcionalmente, más, muchos más…

Crisis intelectual y de dirección política

En la reciente edición número 475 de la revista América Latina en Movimiento7, el uruguayo Raúl Zibechi, el argentino Atilio Boron y el cubano Roberto Regalado firman tres artículos que se recomiendan. Zibechi y Boron ponen en foco los problemas de las izquierdas de sus dos países frente, por un lado, la constitución en Uruguay de un nuevo bloque de poder político-económico ligado al gran y concentrado negocio agrario transnacionalizado, y por el otro la impronta del “capitalismo serio” que lidera la Presidenta de Argentina.

Regalado, quien es profesor-investigador del Centro de Estudios Hemisféricos y sobre Estados Unidos (CEHSEU) de la Universidad de La Habana y coordinador de varias colecciones de la editorial Ocean Sur, destaca en su artículo que si

Marx afirmaba que capital que no crece, muere. En forma análoga podemos decir que proceso de transformación social revolucionaria o de reforma social progresista que no avanza, muere: abre flancos a la desestabilización del imperialismo y la derecha local, y fomenta la desmovilización, el voto de castigo y la abstención de castigo de los sectores populares defraudados. Por eso es que debemos preguntarnos en qué medida los «nuevos » movimientos sociales, que en los años sesenta, setenta, ochenta y noventa estuvieron a la altura de las circunstancias, se han convertido en movimientos social-políticos, es decir, han logrado desarrollar la vocación y la capacidad de luchar por una transformación social revolucionaria. Y también, por las mismas razones, debemos preguntarnos si los actuales gobiernos de izquierda y progresistas están enrumbados hacia la edificación de sociedades «alternativas» o si serán un paréntesis que, en definitiva, contribuya al reciclaje de la dominación del capital.8

Dice que “El objetivo de estas preguntas no es calificar o descalificar a una u otra fuerza política o social-política, o a uno u otro gobierno de izquierda o progresista, sino recordar una sentencia del siglo XX que no pierde vigencia en el XXI: sin teoría revolucionaria no hay movimiento revolucionario”. Y afirma también que:

Como es lógico, entre la izquierda de épocas anteriores y la actual, hay similitudes y diferencias. Una similitud es que, como ocurrió de manera periódica en los siglos XIX y XX, el comienzo de una nueva etapa histórica obliga a la izquierda a formular nuevos objetivos, programas, estrategias y tácticas. Una diferencia es que, tanto las corrientes revolucionarias, como las corrientes reformistas del movimiento obrero y socialista nacido en el siglo XIX, habían elaborado y debatido sus respectivos proyectos políticos mucho tiempo antes de que la Revolución Bolchevique en Rusia (1917) y la elección del primer ministro laborista Ramsey McDonald en Gran Bretaña (1924), llevaran al gobierno, por primera vez, a representantes de una y otra, mientras que la izquierda latinoamericana actual llegó al gobierno sin haber elaborado los suyos. La izquierda latinoamericana llega al gobierno sin descifrar la clave para dar el salto de la reforma social progresista a la transformación social revolucionaria, sin la cual quedará atrapada en el mismo círculo vicioso de reciclaje del capitalismo concentrador y excluyente que la socialdemocracia europea. Este es el problema pendiente: construir la imprescindible sinergia entre teoría y praxis revolucionaria.9


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En la década de 1980 fui protagonista y testigo de dos sucesos, entre tantos otros, de los que tengo clara memoria, y que hicieron evidente ese vacío teórico al que nos dirigíamos. Una fue la larga discusión mantenida con jóvenes del partido de la localidad suburbana en la que yo era secretario político, discusión que en una primera y provisoria instancia me fue adversa dada la opinión en contrario y de peso que sostuvo el entonces responsable nacional de la Juventud.

Sostenía yo –frente al intento de incorporar a la Federación Juvenil, dadas sus aguerridas condiciones para la autodefensa, se me decía, a muchachos marginales y dedicados al “choréo”– que la situación de desclasamiento de aquellos impedía ese reclutamiento mientras no se produjera un proceso de reeducación política, y que el riesgo de traición era muy alto.

Otra ocurrió en una reunión de la dirección regional cuando los primeros saqueos a supermercados en 1989, habiendo entrado ya en fuerte crisis final el gobierno de Raúl Alfonsín. Compañeros, entre ellos uno llamado Boris, que militaban en un barrio asentado en tierras que se había logrado que el Gobierno provincial expropiara a la Iglesia, informaban su experiencia. Relataban que se habían reunido en una casilla del barrio junto con militantes peronistas y de otros partidos y con cristianos de base procurando encontrar un discurso común referido a la debacle para ser llevado a los vecinos cuando, por la ventana, vieron que sonrientes y dicharacheras mujeres viejas y jóvenes, con sus maridos e hijos volvían cargando bolsas no sólo con harina, fideos, pollo, pan, aceite y gaseosas sino también con whisky, jamón, licuadoras y algún que otro televisor. “Lo que tenían bien claro es que era lo que les faltaba, y lo fueron a buscar”, dijo Boris.

(Y si no te respetan te meten en cana…)

El matador del trabajador Hernández, finalmente, está preso. Podrá salir de la cárcel y probablemente, si sobrevive, tarde o temprano vuelva al presidio. Dirán algunos que eso sucederá porque es él quien, en principio, no respeta. Pero, ¿no respeta qué?

Entripado ma non troppo

Es cierto, Cristina Fernández de Kirchner, en 1992, abogó por la privatización de YPF. El detalle de la oportunidad en que hizo eso se encuentra en Internet en un santiamén. Su fallecido marido y ex presidente, por entonces gobernador de la Provincia de Santa Cruz, elogiaba a Carlos Saúl Menem. Antes, cuando irrumpió en 1976 la dictadura, dijo luego alguna vez Cristina Fernández que entonces le dijo su marido, más o menos así: Ahora vamos a hacer plata, que después habrá que hacer política.

Hicieron plata e hicieron política. Abogaron por la privatización de YPF y de otras empresas estatales y ahora, como Presidenta, Cristina Fernández “nacionaliza” parte de YPF. Un poco antes estatizó los aportes previsionales en manos de los fondos de inversión, y recuperó Aerolíneas Argentinas.

Es que como en el siglo XX, para fundar y refundar burguesías “nacionales” hay palancas imprescindibles que los propios aspirantes a burgueses no pueden (ni quieren) financiar: entre ellas las energéticas (otrora también lo fueron, entre otras, la siderúrgica y las del transporte marítimo). De eso con alegría nos encargamos los más, porque caso contario no hay trabajo (ni hay consumo, dirá Cristina).

Está bien que se haya recuperado la conducción de YPF. En manos del “establishment” español hubiera desaparecido irremediablemente. Ya habrá otros tiempos…

Gervasio Espinosa (en la costa oriental del gran estuario, 18 de mayo de 2012)

NOTAS:

1 Domingo Felipe Cavallo fue presidente del Banco Central durante la dictadura argentina iniciada por Martínez de Hoz (empresario y descendiente de uno de los financista del genocidio aborigen en el siglo XIX) y Videla (general del mismo ejército de su antecesor el teniente coronel Héctor Benigno (!) Varela, jefe de fusilamiento de más de un millar de obreros rurales patagónicos en la década de 1920), gestor en esa función de la “estatización” de la deuda exterior “privada”, y luego ministro tanto de Carlos Menem como de Fernando de La Rúa. En estas funciones fue ideólogo de las privatizaciones de empresas públicas como la ahora tan mentada YPF, Obras Sanitarias de la Nación, de las de generación y distribución de electricidad, teléfonos, ferroviarias –entre otras–, e inventor del “corralito bancario” en 2001.



4 Misma fuente (las bastardillas son mías).

5 Misma fuente.

6 Liborio Justo, “Los imperios del desierto”, en Haydee Gorostegui de Torres (comp.), Historia integral de la Argentina, Tomo II, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1980.


8 Roberto Regalado, “¿Hacia dónde van los gobiernos de izquierda y progresistas?”, http://alainet.org/publica/475.phtml

9 Misma fuente.

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